Saturday, July 26, 2014

Amarillos

Amarillos

La “Chu” es una sobrina postiza que queremos mucho. Recientemente se graduó en High School y en dos semanas comienza la universidad.
Calificaciones excelentes y futuro brillante.
La Chu es una gran estudiante y será una gran periodista.
El mes pasado hubo fiesta de graduación en su casa. A la hora en que quedábamos solo los íntimos y ya nadie quería más champagne, comentábamos el enorme desafío que significó para ella y sus hermanos adaptarse, en solo tres años, a un nuevo idioma, nueva cultura y nuevos amigos.
Y lo lograron con éxito, sobre todo en educación.
En ese momento, la madre disparó una frase de alto impacto: “Eso sí, a los chinos no hay con que darles.” Si vos te sacas un 10, ellos se las arreglan para obtener un 11.
Me trajo a la memoria historias similares de chinos, vietnamitas y mayormente japoneses, que obtienen posiciones sobresalientes en el trabajo o en sus estudios.
Por qué?
Son una raza superior? No.
Son predestinados? No.
Nacen con un cerebro distinto? No.
Es solo disciplina y contracción al estudio o al trabajo.
De pequeños los preparan para tomarse la vida en serio y asumir responsabilidades.
El trabajo es para ellos, pues, una parte importante de la realización personal y de la propia dignidad.
Por cierto, los hay también mafiosos, vagos, ventajeros y explotadores.
Pero las diferencias culturales son innegables.
Por eso ellos están como están, y nosotros estamos como estamos: buscando siempre la puerta para entrar por izquierda, ventajeando, violando leyes y ética, y talentosos solo para inventar excusas.
Mientras las cosas sigan así, seguiremos “ganando décadas” pero perdiendo el tren del futuro.
Por suerte, la Chu sabe qué modelo elegir.


Monday, July 14, 2014

Anarquistas

Anarquistas

En enero pasado, cuando llegó mi hijo de vacaciones, anuncié que por 30 días “no le paraba bolas a nadie” como dicen los colombianos.
Pasaron 6 meses. No porque me haya atacado el virus Susana (“vuelvo después del Mundial”), sino porque quería tomar distancia de los vaivenes diarios de la Argentina.
Anoche, mientras veía la eterna discusión sobre si fue penal o no el rodillazo del arquero alemán a Higuaín, en otra pantalla veía los disturbios en el Obelisco.
Era el lugar de los festejos, así que la televisión tenía todo cubierto y eso permitió ver los desmanes en vivo y en detalle.
Un flash lejano recorrió mi mente. La comparación me resultó inevitable.
En Nov. de 2003 el olvidable presidente George Bush clausuró la cumbre que pretendía formar el ALCA, zona de libre comercio de la Américas.
Más de 50 mil manifestantes antiglobalización llegaron a Miami. Entre ellos algunos cientos de violentos.
Igual que anoche.
La policía de Miami formó frente al hotel un cordón muy compacto protegidos por escudos y comenzaron a avanzar lentamente hacia los revoltosos, que seguían arrojándoles piedras y ladrillos.
Atacaban pero retrocedían ante el avance policial.
Desde las calles laterales otros policías los iban capturando y deteniendo.
Cuando se les terminó a la calle, los violentos se encontraban lejos del hotel, contra el río, diezmados y acorralados.
Los detuvieron a todos. Sin perdigones de goma, sin gases ni bastonazos.
Anoche la Policía Federal era una muestra insólita de desconcierto y falta de planificación.
O de decisión política de no actuar.
La Policía metropolitana de Macri llegó dos horas después.
Hoy, por supuesto, nación y ciudad se culpan mutuamente.
Tantos años de abuso indiscriminado de represión y violación de derechos han movido el péndulo hacia el otro extremo.
Ahora, de tanto respetar los derechos individuales, se desprotegen derechos colectivos.
Además, enseguida aparecen los abogados “garantistas” argumentando violaciones a los derechos humanos, brutalidad policial, etc.
No se trata de pedir palos y mano dura indiscriminada, pero los violentos del Obelisco no protestaban por nada ni contra nadie. Fue violencia por la violencia misma.
Lo de anoche fue una muestra clara de un estado ausente, que ha renunciado por incapacidad o especulaciones políticas a un deber fundamental: garantizar la seguridad pública de todos los ciudadanos.