Friday, September 19, 2014

Ventanas

Ventanas

Imaginemos un edificio que tiene algunas ventanas rotas. Si no se reparan, los vándalos querrán romper otras y después entrar al edificio y destruir todo adentro. “Total, no pasa nada”.
Sucede lo mismo con la basura. Si se amontonan unas bolsas en la vereda y nadie las recoge, pronto habrá ahí montañas de basura. “Total no pasa nada”.
Esa es la esencia de la impunidad.
La “teoría de las ventanas rotas” fue publicada en 1982 por dos universitarios: James Wilson y Georges Kelling.
Ahí usaron, por primera vez, el concepto “Tolerancia Cero”, un enfoque de la seguridad ciudadana basado en el castigo severo de cualquier infracción, reduciendo al máximo los tiempos entre el delito y la codena, y eliminando los subterfugios legales para evitar que los delincuentes entren por una puerta y salgan por la otra.
La política de Tolerancia Cero fue aplicada en la ciudad de New York entre 1994 y 2002 por el alcalde Rudolph Giuliani.
El delito en general bajó un 65% y los asesinatos en un 70%.
Setenta por ciento.
Los críticos dicen que no hay que poner el acento en la represión sino en las causas sociales de la marginalidad, y que la política de mano dura favorece o incluso fomenta los excesos policiales.
Esto último es cierto. Las denuncias por abusos policiales en Nueva York en el mismo periodo aumentaron un 41%, en buena parte por la presión de los mandos policiales para cumplir con las estadísticas.
El problema es que resulta difícil que la gente entienda que mientras se cierran las brechas sociales, a los buenos les siguen robando y los siguen matando.
No se trata de redefinir la política de seguridad y convertirla en un instrumento de marketing político.
Es mucho más simple: No puede haber estado y sociedad organizada sin castigo para los que cometen delitos.
Bienvenidas las políticas integrales de gobierno que buscan disminuir el delito por vía de políticas sociales de inclusión.
Pero, mientras tanto, algo hay que hacer.
Si la represión del delito no resuelve el problema, la redistribución tampoco.
El combate contra el delito se resume en tres puntos:
= Detenerlos rápido
= Juzgarlos rápido.
= Recluirlos rápido.
Lo demás es biri-biri.


Saturday, September 13, 2014

Gringos


Gringos

Piero Venturi, el legendario autopartista cordobés, me contó hace muchos años una historia de esas que arrancan una lágrima y una sonrisa al mismo tiempo.
Cuando vino de Italia, al igual que la gran mayoría de los inmigrantes de la época, empezó como peón de campo.
Al poco tiempo observó que las máquinas trilladoras dejaban caer a su paso una pequeña cantidad de granos, maní por ejemplo, que él iba recogiendo más tarde.
Luego aprendió a cazar palomas con una gomera, a desplumarlas y cocinarlas.
Le escribió entonces a sus dos hermanos menores y les dijo que se vinieran.
“Aquí, con lo que se cae y con lo que vuela alcanza para comer”.
La realidad de los inmigrantes italianos fue muy distinta. El trabajo era verdaderamente de sol a sol; se trabajaba con ganas, con esfuerzo, a veces aún enfermo.
En un país donde robar para comer no es delito, en los campos era más fácil ver gauchos carneando una vaca ajena y colgando el cuero en el alambre, que trabajadores manejando el arado.
La historia les está debiendo una reivindicación en serio a esos gringos.
La Argentina grande de principios del siglo XX, la séptima potencia mundial, el granero del mundo, no fue obra de los terratenientes de la Sociedad Rural. Se hizo a fuerza de trabajo y sudor, de callos y arrugas, de sueños y lágrimas de los que no sabían hablar el castellano pero sí sabían cómo poner el lomo.
A 100 años de distancia tenemos que preguntarnos si algún día vamos a recuperar esa forma de vida. La cultura del esfuerzo.
Si hay cada día más piqueteros, planeros y delincuentes, cómo se puede volver a instalar esa conducta que ha sido desterrada en buena parte de la sociedad.
Por cada argentino que trabaja el doble para ganar la mitad, hay otro argentino que vive del trabajo ajeno, convenientemente redistribuido con criterio nacional y popular.
Nadie debe caer en la trampa del discurso fácil de que ayudar a los que menos tienen es “justicia social”, porque esa no es plata de los ricos muy ricos. Es de la gran mayoría de la población que está cianótica de tanta asfixia impositiva.
Tampoco creo en las causas socioeconómicas del delito, porque si no hasta Bill Gates sería motochorro. Todo el mundo tiene problemas económicos, pero no todo el mundo sale a robar.
Esa es otra trampa común. Mimetizar a los bandidos con los humildes.
Una confusión que se alimenta con hechos y palabras increíbles.
La nueva es eliminar los aplazos en las escuelas para que los alumnos no se frustren.
Por qué no les dicen que estudien para no sentirse frustrados.
Empecé mi carrera periodística hace 36 años, tiempo suficiente para haber escuchado tonterías de todos los colores. La de esta semana, sin embargo, me quemó el disco duro: Según Víctor Hugo Morales, en las villas se vive de modo confortable.
Como se puede esperar un país serio, si no somos serios ni cuando hablamos. A la gente no hay que decirle que se conforme con la villa porque llega más rápido al centro porteño.
Habría que decirles que prueben yéndose al campo, donde hay trabajo de sobra y bien pagado.
Eso sí, hay que trabajar en serio.
En 1991, poco después de la caída del comunismo tuve la oportunidad de visitar las dos Alemanias. La Occidental, poderosa, moderna, pujante; y la Oriental, casi como había quedado al final de la guerra.
La unificación ya estaba muy cerca. La gran preocupación de los alemanes occidentales no era el dinero que demandaría la reconstrucción de la parte comunista: era como iban a instalar en  los orientales la cultura del trabajo y esfuerzo que ellos tenían.
“Nosotros trabajamos 6 horas por día, me decían, pero las trabajamos en serio. Ellos supuestamente trabajan 7, pero cuando no les falta una pinza les falta el martillo. Muchas excusas y poco sudor”.
Suena conocido.
La famosa grieta argentina es social, anímica, económica, pero también cultural, y lo más grave es que no se ve en el horizonte ninguna esperanza de cambio.
Hoy nos debatimos entre seguir el ejemplo de aquellos gringos, o continuar emulando al gordo Clodomiro Villanueva, un típico “porteño chanta” que encarnó Jorge Porcel cuando el cine todavía era en blanco y negro, que siempre decía:
”El trabajo es salud. Que trabajen los enfermos”.