Gringos
Piero Venturi, el legendario autopartista
cordobés, me contó hace muchos años una historia de esas que arrancan una lágrima
y una sonrisa al mismo tiempo.
Cuando vino de Italia, al igual que la
gran mayoría de los inmigrantes de la época, empezó como peón de campo.
Al poco tiempo observó que las máquinas
trilladoras dejaban caer a su paso una pequeña cantidad de granos, maní por
ejemplo, que él iba recogiendo más tarde.
Luego aprendió a cazar palomas con una
gomera, a desplumarlas y cocinarlas.
Le escribió entonces a sus dos hermanos
menores y les dijo que se vinieran.
“Aquí, con lo que se cae y con lo que
vuela alcanza para comer”.
La realidad de los inmigrantes italianos
fue muy distinta. El trabajo era verdaderamente de sol a sol; se trabajaba con ganas, con esfuerzo, a
veces aún enfermo.
En un país donde robar para comer no es
delito, en los campos era más fácil ver gauchos carneando una vaca ajena y
colgando el cuero en el alambre, que trabajadores manejando el arado.
La historia les está debiendo una
reivindicación en serio a esos gringos.
La Argentina grande de principios del
siglo XX, la séptima potencia mundial, el granero del mundo, no fue obra de los
terratenientes de la Sociedad Rural. Se hizo a fuerza de trabajo y sudor, de
callos y arrugas, de sueños y lágrimas de los que no sabían hablar el
castellano pero sí sabían cómo poner el lomo.
A 100 años de distancia tenemos que
preguntarnos si algún día vamos a recuperar esa forma de vida. La cultura del
esfuerzo.
Si hay cada día más piqueteros, planeros y
delincuentes, cómo se puede volver a instalar esa conducta que ha sido desterrada
en buena parte de la sociedad.
Por cada argentino que trabaja el doble
para ganar la mitad, hay otro argentino que vive del trabajo ajeno,
convenientemente redistribuido con criterio nacional y popular.
Nadie debe caer en la trampa del discurso
fácil de que ayudar a los que menos tienen es “justicia social”, porque esa no
es plata de los ricos muy ricos. Es de la gran mayoría de la población que está
cianótica de tanta asfixia impositiva.
Tampoco creo en las causas socioeconómicas
del delito, porque si no hasta Bill Gates sería motochorro. Todo el mundo tiene
problemas económicos, pero no todo el mundo sale a robar.
Esa es otra trampa común. Mimetizar a los
bandidos con los humildes.
Una confusión que se alimenta con hechos y
palabras increíbles.
La nueva es eliminar los aplazos en las escuelas para que
los alumnos no se frustren.
Por qué no les dicen que estudien para no
sentirse frustrados.
Empecé mi carrera periodística hace 36 años,
tiempo suficiente para haber escuchado tonterías de todos los colores. La de
esta semana, sin embargo, me quemó el disco duro: Según Víctor Hugo Morales, en
las villas se vive de modo confortable.
Como se puede esperar un país serio, si no
somos serios ni cuando hablamos. A la gente no hay que decirle que se conforme
con la villa porque llega más rápido al centro porteño.
Habría que decirles que prueben yéndose al
campo, donde hay trabajo de sobra y bien pagado.
Eso sí, hay que trabajar en serio.
En 1991, poco después de la caída del
comunismo tuve la oportunidad de visitar las dos Alemanias. La Occidental,
poderosa, moderna, pujante; y la Oriental, casi como había quedado al final de
la guerra.
La unificación ya estaba muy cerca. La
gran preocupación de los alemanes occidentales no era el dinero que demandaría
la reconstrucción de la parte comunista: era como iban a instalar en los orientales la cultura del trabajo y
esfuerzo que ellos tenían.
“Nosotros trabajamos 6 horas por día, me
decían, pero las trabajamos en serio. Ellos supuestamente trabajan 7, pero
cuando no les falta una pinza les falta el martillo. Muchas excusas y poco
sudor”.
Suena conocido.
La famosa grieta argentina es social,
anímica, económica, pero también cultural, y lo más grave es que no se ve en el
horizonte ninguna esperanza de cambio.
Hoy nos debatimos entre seguir el ejemplo
de aquellos gringos, o continuar emulando al gordo Clodomiro Villanueva, un
típico “porteño chanta” que encarnó Jorge Porcel cuando el cine todavía era en
blanco y negro, que siempre decía:
”El trabajo es salud. Que trabajen los
enfermos”.
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