Silvio
El hartazgo y la decepción de la gente con la dirigencia
política pueden alcanzar niveles impensables y expresarse de formas extrañas.
Allá por los 90, en plena campaña electoral, a un
grupo de jóvenes se les ocurrió promover la candidatura del mono Silvio, el
legendario habitante del zoológico de Córdoba.
Hacían campaña repartiendo votos truchos en la esquina
de la Legislatura, frente a los atildados legisladores que elegantemente
enfundados en sus trajes Christian Dior, iban y venían a ninguna parte, llevando
papeles inservibles.
Los votos obtenidos por el mono Silvio nunca se contaron,
pero posiblemente le hubieran alcanzado
para ser concejal.
Era una muestra de repudio, un cachetazo, un insulto a
los políticos tradicionales, o a la
forma tradicional de hacer política, que es lo mismo.
Más de 20 años después, la historia se repite, no con
un chimpancé, sino con un “outsider” de la política partidaria; dicho en
criollo “con uno que no es del palo”.
No lo conozco a Tomás Méndez. Nunca pude ver sus programas.
Tan solo tengo un recuerdo fugaz de una guerra de sifonazos en sus comienzos
televisivos.
Sé, por referencias de colegas, que se ganó un espacio
en los medios en base a denuncias de corrupción.
Supe que denunció a un ministro/legislador de colgar
los ganchos para no pagar la energía eléctrica en su casa; que éste lo llevó a
la justicia, y que al final desistió porque el escándalo iba a ser mayor.
El hecho de que un periodista asuma por acciones
propias y voluntad de la gente la función de “fiscal popular” es indicativo de
la saturación, del desprecio, del repudio a los dirigentes políticos.
Un periodista, solo, sin estructura partidaria, sin
trayectoria en la función pública, sin recursos,
pulverizó a dirigentes que hace más de 20 años vienen recitando el libreto hipócrita
del bienestar de la gente como su propio mandato de conciencia (y su fuente de
ingresos).
Es como si yo mañana tomara una raqueta y derrotara Roger
Federer 6-0,6-0,6-0.
Qué saldrán a decir mañana? Qué justificativo
inventarán?
Fingirán actos de “mea culpa”, dirán “tenemos que
cambiar” y otras frases vacías que en el fondo significarán “desensillar hasta
que aclare”, esperar “que pase la tormenta” y seguir atornillados a la silla.
Cualquier ser humano con una cuota mínima de dignidad, tiene que renunciar e
irse a su casa, avergonzado, humillado, ofendido en su condición de persona que
ha sufrido el más categórico repudio.
Los ínfimos votos obtenidos son la medida exacta que
tiene la gente de su función y su persona.
Nada de eso va a suceder.
En el diccionario de la política argentina la palabra vergüenza
tiene solo una sola acepción: “vergüenza ajena”.
La que siente la gente por sus dirigentes.
Santiago Daniele
Periodista y abuelo.
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